Por una ecología del libro
Joel Franz Rosell
Todo libro es papel. Papel hecho con celulosa de madera. Madera de árboles de rápido crecimiento, como los pinos o eucaliptos, que se cultivan para alimentar la industria y suplantan a menudo esos bosques naturales imprescindibles para controlar el CO2 y garantizar la diversidad ecológica.
La abrumadora producción editorial contemporánea consume millones de árboles. E incluso cuando parte del papel es reciclado, los otros insumos del libro raramente son recuperables o de origen natural: las tintas, la cola o el plástico que protege las tapas. Al costo de cada libro han de añadirse ingentes cantidades de agua y energía, directa o indirectamente implicadas en el proceso de impresión y lo que se invierte en publicidad, gestión y distribución.
En aras de la rentabilidad, los libros más costosos (álbumes, documentales, libros-juguetes) se imprimen cada vez más frecuentemente en países lejanos, como la República Popular China, donde la mano de obra es más barata (¿tendrán el tiempo, el dinero y la educación necesarios para leer esos obreros de las imprentas delocalizadas…?)
Salta entonces a la vista que “rentabilidad” y “uso racional de los recursos” no son sinónimos, pues en este caso se ahorra dinero, pero no impacto ecológico; pensemos en el combustible que consume un barco cargado de libros para venir de Shangai a Barcelona, o en el avión que los editores deberán tomar de vez en cuando para controlar el proceso de impresión.
Más
No hay comentarios.:
Publicar un comentario