miércoles, 30 de abril de 2008

Fondo Crítico

Por una ecología del libro
Joel Franz Rosell

Todo libro es papel. Papel hecho con celulosa de madera. Madera de árboles de rápido crecimiento, como los pinos o eucaliptos, que se cultivan para alimentar la industria y suplantan a menudo esos bosques naturales imprescindibles para controlar el CO2 y garantizar la diversidad ecológica.

La abrumadora producción editorial contemporánea consume millones de árboles. E incluso cuando parte del papel es reciclado, los otros insumos del libro raramente son recuperables o de origen natural: las tintas, la cola o el plástico que protege las tapas. Al costo de cada libro han de añadirse ingentes cantidades de agua y energía, directa o indirectamente implicadas en el proceso de impresión y lo que se invierte en publicidad, gestión y distribución.

En aras de la rentabilidad, los libros más costosos (álbumes, documentales, libros-juguetes) se imprimen cada vez más frecuentemente en países lejanos, como la República Popular China, donde la mano de obra es más barata (¿tendrán el tiempo, el dinero y la educación necesarios para leer esos obreros de las imprentas delocalizadas…?)

Salta entonces a la vista que “rentabilidad” y “uso racional de los recursos” no son sinónimos, pues en este caso se ahorra dinero, pero no impacto ecológico; pensemos en el combustible que consume un barco cargado de libros para venir de Shangai a Barcelona, o en el avión que los editores deberán tomar de vez en cuando para controlar el proceso de impresión.


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