miércoles, 6 de mayo de 2015

Comentarios / Tapia recuperado

Mis memorias. Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo, por Alejandro Tapia y Rivera.
Carmen Dolores Hernández 

Como Aureliano Buendía en la novela de García Márquez, Alejandro Tapia y Rivera recuerda –en sus Memorias– el día en que llegó el hielo a Puerto Rico. Provenientes de St. Thomas, las cuatro cajas “de aquel gran frío tan aguardado” fueron escoltadas por una banda musical desde el muelle hasta el teatro. Corría el año 1839; Tapia tenía 13 años. 

Puerto Rico era más ingenuo entonces, más atrasado y aún más sometido que ahora a los caprichos del amo colonial de turno, España. Pero en estas Memorias que nos permiten asomarnos al pasado del país desde una óptica tan descriptiva como crítica, encontramos el perfil reconocible de la nación puertorriqueña. La patria –así la consideraba el autor– es parte inextricable de su vida; recordar la una implicaba pensar en la otra. Las condiciones del país determinaron las suyas personales, incluso sus viajes a la metrópoli, donde estuvo dos veces en el plazo de tiempo que cubren estas memorias, que llegan al 1854. El primer viaje –a Cádiz– lo hizo en 1834, retornando al año siguiente; el segundo, provocado por la orden de destierro que contra él dictó el gobernador Pezuela, duró de fines de 1849 a 1852. 

Surgen constantes del carácter, la cultura y la historia puertorriqueña: por un lado, el intenso amor patrio no se corresponde (ni entonces ni ahora) con esfuerzos igualmente intensos para remediar los problemas del país mediante el esfuerzo personal y colectivo. Por el otro lado, resulta evidente la persistencia de regímenes coloniales injustos y arbitrarios. Bajo España, además, los gobernadores designados eran capitanes generales, es decir, militares de carrera. El caso del gobernador Pezuela, por ejemplo, ocupa varios capítulos que comentan sobre su administración despótica e intolerante y su negativa a conceder libertades e implantar reformas. Igualmente patente aparece la indiferencia de la metrópoli lejana hacia las circunstancias de su colonia (¿déjà vu para nosotros?).

Las descripciones del ambiente cultural, social y físico de la Isla son invaluables. Nacido en el Viejo San Juan de padre peninsular –perteneciente al Regimiento de Granada– y madre puertorriqueña, Tapia nos hace ver la ciudad y sus calles, la disposición de las casas, la arquitectura, su mobiliario. Describe prolijamente las escuelas –asistió , entre otras, a la del Maestro Cordero que sabía “educar el corazón” – las prácticas religiosas, las fiestas, los bailes, los enamoramientos, los periódicos y las librerías. Sentimos con él el peso y la estupidez de la censura. Por estas páginas pasan sus amigos y conocidos: José Power (hermano de Ramón), Manuel Alonso, José Julián Acosta, Segundo Ruiz Belvis, Ramón Emeterio Betances, Julio Vizcarrondo. 

Tapia denuncia los males de la esclavitud, cuyos horrores detalla en pasajes espeluznantes sobre los castigos aplicados a los esclavos. De aquella nefasta institución escribe que “destruye la familia…, envilece el trabajo y las artes…, autoriza la crueldad… es [un] robo constante…, embota la sensibilidad…”. 

Tan amplia, amena y personal es la visión que ofrece Tapia de Puerto Rico que resulta certero el comentario de Carlos de Peñaranda, recogido en una nota, al efecto de que él “representa entre nosotros el iniciador y el apóstol de la literatura puertorriqueña”. La construcción de un sujeto que sufre al país y lo ama convierten estas Memorias en una obra fundacional de nuestra literatura. 

La introducción explica los avatares de la redacción del texto y sus sucesivas ediciones. Escritas entre 1880 y 1882, fecha de la muerte del autor, estas Memorias no recogen lo sucedido en los últimos 28 años de la vida de Tapia. El doctor Eduardo Forastieri, responsable de esta edición crítica, señala que: “El testimonio suspendido de estas décadas quizás sea la más irreparable pérdida de la historia política y cultural puertorriqueña en el siglo XIX”. 

Es la edición más completa y ampliamente anotada de cuantas se publicaron a partir del año 1927 –45 después de la muerte del autor– cuando las Memorias aparecieron en el periódico La Democracia. Hubo varias ediciones a partir de 1928 y hasta 1998. Es la primera vez, sin embargo, que Mis memorias aparece con un aparato crítico tan minucioso y en una edición tan cuidada como la que reseñamos hoy. 

cdoloreshernandez@gmail.com

(Tomado de El Nuevo Día, 3 de mayo de 2015).

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