sábado, 20 de julio de 2013

Astrolabio / La literatura en la red

Guillermo Aguirre: 'El objetivo último de una novela es contar una historia'
revistadeletras.net


Anna María Iglesia / Son las cinco de la tarde; el calor veraniego empieza a notarse en una Madrid de principios de Junio. He quedado para conversar con Guillermo Aguirre sobre su segunda novela, Leonardo (Lengua de Trapo). Nos citamos en el mejor de los lugares posibles, al menos para poder hablar de literatura: me espera en el Hotel Kafka, la escuela de escritura con más prestigio de la capital. Con su primera novela, Electrónica para Clara, Aguirre ganó el premio Lengua de Trapo y fue de inmediato considerado una de las promesas -en un país entusiasmado con la idea de nombrar promesas cada pocos meses- más prometedoras dentro del panorama literario español. 

El libro encantado
pagina12.com.ar

Enrique Foffani / El juego constante y obsesivo con la variación, a la que, como sabemos, Gonzalo Rojas sometía su obra poética, desagrupándola para reagruparla en una nueva constelación, no puede sino tornar problemática la noción de obra completa. Si la escansión de la muerte es la condición biográfica ineludible para recopilar la totalidad de poemas escritos, su ulterior reunión como efectivamente ocurre en Integra dejaría ver, sin embargo, algunos puntos en fuga acerca de aquella noción omniabarcante que el mismo poeta rechazaba, como bien escribe al comienzo de su prólogo Fabienne Bradu, a cargo de esta edición.


Silvina Friera / La experiencia de un comienzo magistral es un tarascón feroz en el centro de las pupilas. El lector sabe –sospecha o intuye– que hay principios que pegan donde más duele. Resulta imposible abandonar esa trama de calvarios íntimos donde cualquier chispa, por más insignificante y debilitada que parezca en ese lenguaje errático de las intuiciones, encenderá la hoguera. “Esta noche, hipócrita lector, mi semejante, mientras estás empezando a leer este libro, novela, cuentos, crónica, como más te guste llamar estas prosas, migas de la nada, esta noche helada, el mar tan cercano y ajeno, ahí nomás, en esta Villa, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, qué más da, en cualquiera de los meses fuera de temporada, acá, en su chalet del Pinar del Norte, alguien, un agrimensor progre se está garchando su nene, alguien, un mecánico, en una casa de chapa de La Virgencita está fajando a su mina, alguien, un peón borracho, en el corralón acogota a otro peón borracho durante un partido de truco, alguien en la Terminal, un sereno en alpargatas, después del último micro, toma mate, el churrasco de los pobres.” 


Luis Pousa / Como señaló en su día otro viajero de los senderos menos transitados de la literatura, Enrique Vila-Matas, la legendaria peripecia de Arturo Belano y Ulises Lima representó «un carpetazo histórico y genial a Rayuela» y abrió la brecha para explorar las vías literarias del nuevo milenio.

El oficio de explorador es en su caso, como en el de Vila-Matas, el de explorador del abismo. Así lo evocaba uno de sus grandes cómplices, Rodrigo Fresán, al recordar esta frase con la que Bolaño había dibujado su visión del oficio en una entrevista: «La literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samuray no pelea contra otro samuray: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, de salir a pelear: eso es la literatura».


Andres Hax / Tiene tanto sentido evaluar las novelas de Dan Brown dentro de un esquema de excelencia literaria como evaluar a un Big Mac en términos de excelencia culinaria. Si nuestra intención es juzgar si Brown cumple exitosamente o no con su tarea, primero hay que definir cuál es esa tarea. Para empezar, podemos afirmar que la tarea no es escribir Literatura (con mayúsculas). Si insertamos Inferno dentro del canon literario, el canon literario lo va a escupir como una carne rancia. Si damos Inferno a Harold Bloom para sus lecturas veraniegas, tal vez lo matemos de una embolia cerebral. Es fácil decir que Dan Brown es mal escritor, pero ese no es el punto.

¿Qué es lo que hace Dan Brown, entonces? 


Silvina Friera / “¡Coño, esto es demasiado!” Un brevísimo relámpago de conciencia sacudió a un niño dominicano –nacido en 1968 en Villa Juana, una barriada pobre de Santo Domingo– el primer día que llegó a ese “otro planeta de locos” llamado Estados Unidos. Su padre, que había sido policía durante la dictadura de Rafael Trujillo y había emigrado cinco años antes al nordeste de América, decidió que era hora de reunir a la familia. “Yo, muerto de miedo, miraba la nieve cernirse mientras mi hermano hacía crujir los dedos. El mundo se había congelao”, dice Yunior, alter ego del escritor Junot Díaz en unos de los relatos de Así es como la pierdes (Mondadori), tercer libro de este narrador de metabolismo lento que explora la intimidad masculina a través de un hombre infiel, el típico macho dominicano que mete cuernos. 


Gueorgui Manáev / Desde tiempos inmemoriales, la homosexualidad ha sido un tema recurrente en poesía y prosa. Tanto en la antigua Grecia como en China, las relaciones gais y lésbicas existieron tradicionalmente junto con prácticas heterosexuales, lo que tuvo su reflejo en la literatura.

Baste mencionar a Sócrates o a Safo en Grecia, o El ciruelo en el vaso de oro, una novela clásica china del siglo XVII. En la Rusia del XIX, la sociedad también era tolerante hacia las relaciones entre personas del mismo sexo. Serguéi Uvarov, amigo de Goethe y Alexander Humboldt y ministro de Educacion Pública, no escondía sus relaciones sentimentales con otros jóvenes, al igual que Filipp Vigel, amigo de Alexander Pushkin y un prolífico escritor.


Alejandro de Pourtales / Probablemente la gran aportación del pensamiento filosófico de la última mitad del siglo veinte fue estructurar y ahondar en la noción de que el lenguaje construye la realidad que experimentamos. Desde la famosa frase de Wittgenstein —”los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”— a la incansable desprogramación de Carlos Castaneda, bajo la máxima de que la descripción del mundo que nos hacemos se convierte en el mundo que percibimos, el psicoanálisis lacaniano o los túneles de realidad de Robert Anton Wilson (por solo citar algunos ejemplos), se consolida en la conciencia humana una idea que pertenece a la tradición oculta de la magia. Esta inseminación psíquica colectiva de la realidad como un constructo lingüístico se refuerza con los lenguajes de programación informática, en los que percibimos directamente que lo que vemos es en realidad la representación de un código, un lenguaje.


Diego Erlan / Lo primero que tuvo Jöel Dicker fue un dibujo. Estaba en Maine, en una casa al borde del mar, y entonces dibujó eso: un hombre sentado solo en una casa al borde del mar. Y al lado escribió: “Los orígenes del mal”. Tenía 25 años y quiso utilizar esa escena y aquella frase escrita para la trama de una nueva historia. Así se le ocurrió La verdad sobre el caso Harry Quebert. Quizás esa sería su última novela.

El joven escritor suizo guardaba en el cajón algunas novelas escritas pero los editores parecían no interesarse en publicarlas. Tenía una, Les Deniers Jours de Nos Pères (Los últimos días de nuestros padres) –donde contaba la historia de una unidad del Servicio de Inteligencia Británico que funcionó durante la II Guerra Mundial– y harto de los rechazos, la envió al Prix des Ecrivains Genevois (Premio de Escritores ginebrinos), que cada cuatro años admite manuscritos inéditos.


Paula Arenas / "La labor de Snowden y Assange ha dejado al descubierto que el espionaje no murió con la Guerra Fría, sino que se ha multiplicado y mutado hacia nuevas formas", afirma la editora de serie negra de RBA Anik Lapointe. "Ellos revelan hasta qué extremos vivimos en la sociedad orwelliana". 

Reflejó George Orwell (1903-1950) nuestro presente anticipadamente en 1984, la novela creadora del concepto por todos hoy bien conocido Gran Hermano. Una crítica a las técnicas modernas de vigilancia, vaticinada por el escritor en 1949. Una de sus frases más célebres y a su vez más actuales: "En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario".


Maximiliano Tomas / "Lo malo de los críticos literarios, además de que existan, es que realmente se creen con derecho de tirar frases como quién es más interesante o menos interesante. Un poco de humildad, no sos nadie como para decir qué es o no es interesante. Eso lo deciden los lectores". La frase, publicada como comentario de un lector la semana pasada en este mismo espacio, ofrece algunas puntas para pensar las relaciones entre crítica y literatura. Si matizamos la bravata, en la que se esconde el deseo de una relación pura (y por eso mismo imposible) entre texto y lector, se puede desprender de ella una primera idea interesante: que la disputa por establecer qué vale la pena leer sigue siendo intensa, al punto de proponer la extinción de los críticos literarios. Pero también presenta algunos obstáculos. Por un lado, la definición, siempre esquiva, de qué es exactamente un crítico literario. Y por el otro, la del modelo de crítico al que apunta el encolerizado comentarista. ¿Será el de Poe, Baudelaire, Benjamin? ¿El de un Nabokov, un Sartre, un Todorov? ¿O el de un Connolly, un Barthes, una Sontag?


Notimex / La invención de la imprenta en realidad es un mito; lo que inventó Johannes Gutenberg (1398-1468) fue una máquina para falsificar manuscritos, aseguró hoy aquí el escritor argentino Federico Andahazi (1963). El autor afirma que el alemán pertenecía a un grupo de estafadores que reproducían en dos horas libros que requerían hasta dos años de trabajo, nunca supo el alcance de su invención.
En entrevista, a propósito de su más reciente publicación titulada «El libro de los placeres prohibidos», el autor egresado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires, reveló que quien es considerado como el padre de la imprenta y su máximo difusor cuando corría el siglo XV, en realidad nunca lo fue.

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